El techo se cae y los pedazos nos hieren, nos quieren lastimar y tal vez nos rompan hasta hacernos trozos y que no podamos reconstruirnos nuevamente, que ya no sepamos en donde colocar cada una de nuestras piezas y terminemos enloqueciendo.
No temo empezar a caminar, pero me da miedo que saber que tú quieres quedarte, que quieres seguir así. Pensar en que no haremos nada por salir de aquí, continuar sintiendo tanto e inmovilizando lo que sentimos.
¡Míralos bien!, van ahí con ese caminar lento y sin ruido, alardeando sobre que quieren pasar desapercibidos cuando en realidad intentan que veamos su arrogancia. Te cuentan un cuento y te invitan a pasar, frente a tus ojos aparecen sus rostros melancólicos y te doblegas ante tal cautividad.
Ven, busquemos ese sitio que dejamos hace poco, encontraremos ese bosque tal y como lo dejamos. Los grandes árboles y plantas siguen como siempre, por las tardes me escapo un rato para regarlos con la lluvia de mis ojos, preguntan por ti y les cuento que estas ocupado, que ya vendrás, les digo que sólo fuiste a caminar pero que siempre nos vemos para soportar el derrumbe de este mundo.
Este techo es muy pesado y soportarlo acabará por extinguirnos, no juguemos más a resistir y corramos, mudémonos a otro lugar en donde nuestras intenciones sean las mismas y los sueños no cambien. Vamos a movernos que somos más útiles vivos y casi completo que siendo aplastados por cemento.
Marisela de Jesús Zárate Ramírez
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