lunes, 20 de mayo de 2013

LA CARTA

Juan era un hombre casado, bastante amable y sobrio ante la sociedad. Lo conocí de joven, en el colegio de Capurro. Siempre tuvo fama de ser elocuente con las mujeres, pero también muy respetuoso de ellas. Yo, de tener esa habilidad, hubiera sido el tercero en discordia de muchas parejitas. El tiempo pasó y no tuve noticia de él por mucho.

Dieciséis años después, me lo volví a topar. Entró a trabajar en la oficina de un tío como contador de planta. Ya tenía una familia, dos crías mujercitas y una dama a la que no se le notaba el paso de la vida. Todo parecía de dulces matices en su existencia. Pero me enteré, por los fatales rumores de oficina, que anda jugando al enamoramiento con una secretaria de nombre Amelia.

Nadie podía afirmar la relación, pero tampoco la podían negar a ciencia dura. A su mujer no le preocupaba el tema. Amelia, con su jovial delicadeza, lo negaba con alegría en el rostro. Pero este desconcierto oficinista, acabó con una carta que alguien, seguramente encontró entre los oficios y se tomó la molestia de fotocopiarla y hacerla repartir secretamente por la oficina.

La carta versaba así.

Hola Amelia...

Mírame, aquí otra vez, escribiéndote. Mujer de caderas ágiles y movimientos sutiles. Amelia mía, mujer delgada y de tiempo mío, tú que te tocas los cabellos de vez en cuando para llamar mi atención. Hermosa dulzura de esta amarga vida, ven por favor. Te estoy buscando de antes sin saberlo. Te declaro aquí, mi palpitar de todos los días, hoy que es nuestro primer aniversario, nuestra primera vuelta al sol, juntitos.

Me gustas cuando bailas; cuando te pones es pantalón verde olivo que tan bien te asienta en las caderas al caminar; cuando eres amable y tierna al recibir mis oficios para dárselos al jefe; cuando juegas con tus cabellos ondulados en tu silla móvil. Tu lindo mirar a lo lejos por la ventana en las tardes lluviosas. Me embeleso cuando hueles bien.

Porque somos opuestos me gustas. A mí me gusta acomodar las cosas y a ti desacomodarlas; si no tú, quién para desacomodar las cosas de la casa, para yo acomodarlas luego.

Cuando me desconcentras de mi trabajo es cuando más te me agradas. Cuando desafinas mi guitarra para que la suelte y te toque a ti. Cuando interrumpes mi melodía con tus suaves dedos y ríes persuasivamente para que continúe tocando y me interrumpas después y así pasar largo rato contigo. Así quiero pasar el resto de mi vida, a tu lado, encontrándonos siempre para reír del coraje de la oficina. Para dialogar en las noches de mi terrible insomnio y porque esa es la vida, dialogar, tener siempre la opinión, aunque sea contraria a la tuya pero siempre para amarnos. Para que cuando vallamos a comprar unos zapatos tú digas verdes y a mí me parezcan mejores los rojos, y así discutir en la tienda y al final, yo decir verdes para complacer tu sonrisa e irnos con ligereza, para que después me digas que ganaste y yo te contesté que te dejé ganar.

Así sería feliz mi vida de nuevo, siempre dejándote ganar después de un pequeño enojo para que me sonrías y me beses. Así te quiero Amelia, linda y caprichosa; tierna y maravillosa; amante al anochecer y ardua secretaria al amanecer.

Que en la pasión no tengas miedo y rías con la misma sinceridad al evocar un informe pendiente del trabajo. Que en mis caídas no me ayudes, sino que te rías para que procure caminar con más cuidado. En fin, así te quiero Amelia mía.

Fernando Javier Cruz

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