Gruesas gotas de sudor le escurrían por la frente mientras su rostro se impregnaba de un intenso color rojizo. Era medio día y el sol le pegaba de golpe en la cara. El hombre partió desde el amanecer en búsqueda de una viuda de nombre Samanta Cruz Osorio. Su esposo había fallecido en 1999 y él traía consigo la mala noticia después de catorce años.
Una voz agotada gritó desde el otro lado del camino, dió las buenas tardes y preguntó por la viuda aquélla. Yo respondí confundido. Lamentablemente no conocía a dicha persona, me sentí inútil. Esperaba haber hecho algo mejor para ayudar a aquél sujeto que se veía desesperado. Me quedé parado sin hacer nada.
El papel que el hombre traía consigo contenía la dirección de la persona. La calle de Reforma era el único dato. Era urgente localizarla para entregarle la notificación del fallecimiento de su esposo y una supuesta indemnización. Mi mente vaciló irónica. Aquélla mujer no sabía lo que le esperaba.
El hombre llevaba varios días caminando por los pueblos vecinos en busca de la viuda. En el pueblo anterior le habían dicho que por estos rumbos había una familia que se apellidaba Osorio, o sea, mi familia. Personalmente me encargué de destruir sus esperanzas de éxito. La mujer a la que buscaba no era de mi familia y dudo que viviera en el mismo pueblo que yo.
Él se desvaneció en silencio, agachó la mirada y lanzó un suspiro profundo. Cada día se debilitaban más sus ánimos y sus fuerzas de búsqueda. La suela de sus zapatos se notaba desgastada y su caminar grotesco demostraba un inmenso cansancio. Ofrecí un vaso con agua y lo bebió agitado. Después se levantó y se marchó.
Lo seguí con la mirada parado debajo del árbol. El hombre se fue con dirección a la Villa y no vacilaba en detener a todo el que se cruzara en su camino con la esperanza de encontrar alguna pista que facilitara su labor. Siendo sincero dudo que la haya encontrado. En todo el valle no conozco ninguna calle de Reforma.
Daniel Osorio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario