Hubo un silencio incomodo más a o menos largo que intentamos evadir. Pero todo era diferente, ya no había más que ecos profundos del pasado.
-Es distinto todo – dijiste de manera fría.
Esas eran palabras que yo no quería oír, que no pretendía escuchar. Sentí como si mi mundo se viniera abajo, junto con las esperanzas de mejorar las cosas.
-Dame tu mano- te dije un poco decepcionada de tu actitud tan pesimista.
Tú no quisiste hacerlo, estabas enojada por razones que yo misma desconocía, a veces simplemente se te hacia tedioso darme explicaciones.
-¿Sabes algo?- te dije con la mirada hacia abajo, tratando de contener mis lágrimas.
- ¡Dime!- contestaste de la forma más desinteresada, solo mirabas a tu alrededor evitabas el cruce de nuestras miradas una y otra vez.
Tenía tantas cosas por decir, pero sentía esa bomba de tiempo, que me impedía hablar.
-Poco a poco hemos ido olvidando cosas- exclamé.
-¿quién tiene la culpa?-preguntaste un tanto molesta.
-¿La culpa de qué?-repliqué insegura.
- De que nos fuéramos distanciando- contestaste brevemente.
Yo te conocía lo suficiente, sabía que tus intenciones eran darle muchas vueltas al asunto, y finalmente hacerme sentir culpable. Lo sabía perfectamente, tantas largas discusiones por las mañanas y reconciliaciones por las tardes, me habían hecho capaz de poder intuir tus actos.
-las dos somos culpables-insistí rápidamente.
Pero tú solo querías tener el control de mí, disfrutabas mi frustración en esos momentos en los que me contradecías, quizá solo por diversión tuya. Era tu manera de poder captar mi atención, de poder tenerme atada a ti y lo sabias.
Esa tarde tenía una serie de confesiones que hacerte, mi objetivo era remediar las cosas, aunque tarde o temprano esto conllevaría más conflictos entre nosotras.
-Hay ciertas cosas que me irritan, deberías irlo sabiendo- agregaste, y de inmediato cambiaste de tema.
- Dime todo lo que sea necesario que sepa, no quiero mentiras, solo la verdad- insistí, mientras te miraba fijamente a los ojos.
Quería encontrarle un remedio eficaz y seguro a nuestra relación. Pero las horas pasaron, y lo único que tus labios pronunciaron fueron excusas y reclamos. Eran siempre los mismos, me enfadaba profundamente saber que nunca tenías razones para comportarte de la manera en que lo hacías.
Mitzi Castellanos
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