domingo, 19 de mayo de 2013

“La dulce verdad de unos ojos tristes”

Caía la tarde y el viento soplaba distinto, junto a la anciana había un tronco que servía de mesa, ahí ponía todas las tardes sus costuras. Aquella mujer tenía la mirada cansada, la postura encorvada, el cabello gris y una sonrisa cálida; no entendía porqué estaba tan sola.

Un día al pasar por ahí sin pensarlo mucho me detuve para observarla más detenidamente. Su casa estaba cruzando el puente y me dirigí hacia allá, no estaba aún sentada en su silla de siempre, la vi rodear su jardín lleno de enredaderas y arbustos, pude notar que no tenía flores, sólo eran arbustos y árboles muy tupidos.

Después de un momento se dirigió a su silla, se sentó y tomó su costura, me asombró su buena vista. Cantaba mientras cosía, su melodía era melancólica y encantadora, lograba hacerte sentir tristeza y alegría al mismo tiempo. Era tanta mi intriga por ella que me quedé ahí durante horas, el sol calló y la anciana prendió una vela, no siguió cosiendo, ahora sólo cantaba. Me percaté de lo tarde que era y partí por donde vine.

Al regresar fui a casa de un viejo amigo, enseguida se percibió de la intriga en mi rostro -¿qué sucede?- preguntó, sin pensarlo respondí contándole lo que había visto, él confirmó mis sospechas; aquella anciana vivía sola hace mucho, no tenía familia, y éstas fueron sus palabras con las que concluyó su descripción de ella: “está sola, nadie quiere saber de ella y sinceramente no los culpo”. Me quedé con aquellas palabras y no quise preguntar el porqué, pensé en averiguarlo yo mismo.

En la mañana siguiente desperté consternado, esperé la llegada de la tarde con muchos nervios, al fin llegó. Caminé hacia la vieja casa de madera y esperé a que la anciana terminara de regar sus arbustos, a decir verdad temía acercarme y duré mucho tiempo parado junto a un viejo sauce, la observaba fijamente y escuchaba atento su canto, estaba tan distraído que no noté cuando vio mi reflejo en aquél estanque frente a su casa.

Me llamó con una voz tenue y yo, frío y pálido me acerqué a ella, -¿qué haces ahí tan solo?- preguntó sin una gota de enojo, -quería intentar acercarme a hablar con usted- mi voz era quebradiza… -¡habla entonces muchacho!, no te comeré, no sé que desees saber o porqué tienes curiosidad pero, te aseguro que lo imagino-, noté una cierta crudeza en su hablar y la combinaba con un aire de confianza para responderle.

Empecé mi charla, - he notado que está usted muy sola, que canta por las tardes una hermosa melodía y que nunca sale de aquí, llamó mucho mi atención y sinceramente no me resistí a intentar saber más sobre usted, me han contado algunas cosas que no he querido creer, no hasta poder saber su versión. Sin embargo, si me corre de aquí lo entenderé, no soy nadie para preguntar sobre su vida, no soy más que un simple curioso que anhela saber más sobre una interesante mujer-.

Noté una sonrisa sincera y una mirada tierna, no comprendía cómo podría ser cierto lo que me habían contado. Sin rodeos me invitó a tomar asiento y comenzó: - ciertamente vivo sola hace mucho tiempo, no siempre fue así, antes vivía aquí mismo con mi difunto esposo y éramos muy felices juntos, yo lo sigo siendo y sé que él también pero ahora en un lugar distinto, no me preocupa ya que no ha de faltar mucho para volver a verlo-, la interrumpí tratando de animarla pero me di cuenta que no lo necesitaba así que dejé que continuara.

- Mi esposo y yo éramos muy visitados, mucha gente venía a vernos, no por mí sino por él, le preguntaban de la vida y él siempre los animaba, sin embargo cuando pedían mi opinión siempre intenté ser sincera, no importaba lo que me preguntaran yo les diría lo que creía verdadero, con el paso del tiempo las personas tomaban eso como grosería y dejaban de venir. Decían que yo era cruel y que no tenía corazón para decir las cosas, no es por hablar bien de mi pero, esa nunca fue mi intención, en realidad trataba de ayudarlas y que pudieran seguir su vida plenamente, el disgusto seguía siendo el mismo, parece que a las personas no les gusta escuchar lo que digo-.

- No tardaron mucho en dejar de venir y tampoco tardo mucho mi esposo en morir. El día que murió vino mucha gente, todas traían flores y la mayoría si no es que todos me veía con desagrado al darme el pésame, entonces pensé en la gran hipocresía de sus rostros y cómo lo demostraban con sus presentes… decidí que no era forma de utilizar tan bello regalo de la naturaleza, esperé a que se fueran y corté todas las flores de mi jardín, las arranqué de raíz y las sembré en la tumba de mi marido, le dije que se las daba de corazón y que sólo ahí tendrían verdadera vida-.

Me llevó a la tumba de su marido y ciertamente parecía el jardín más hermoso de todos, en su lápida estaba escrito: “de mis huesos crecen las flores de tan bello jardín, flores sinceras que no piden más que una hermosa melodía…”, comprendí entonces la vida tan solitaria de aquella anciana, no buscaba compañía pues con su soledad tan sincera le era suficiente.

Marisela de Jesús Zárate Ramírez

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