domingo, 19 de mayo de 2013

“La gran llegada”

Era un día común y tranquilo, las personas pasaban en la calle y ninguna se me hacía conocida. En ese momento se detuvo una camioneta, en ella venia grandes señores, de tez morena y cuerpos robustos, el hombre que venía manejando bajó y con una sonrisa distorsionada saludó. Mi cuerpo quedó inmóvil, temía saber quién era así que no me moví. Vi aparecer la silueta de mi padre, él los saludó con gran entusiasmo, comprendí entonces con gran tristeza quienes eran.

Una gran mesa nos esperaba, era como un sueño en el que no sabía cómo ni cuándo es que las cosas se habían puesto de tal forma. Todos se sentaron y yo sólo veía como comían, eran presuntuosos al hacerlo y no dejaban tiempo para los sabores. No pasó mucho tiempo cuando sus grandes barrigas se inflaron y sus cuerpos se esparcían por las sillas, comenzaron su charla.

Tenían la boca llena de amarguras que intentaban ocultar tras comentarios llenos de mofo... La búsqueda de una sinceridad que jamás ha existido. Tras sus rostros se refleja la mentira, una sonrisa torcida porque no conocen lo que es decir la verdad, hablando de la gente buscan redimir sus culpas, sentirse menos mortificados tal vez.

Se miran a los ojos a sabiendas que el otro conoce su mentira, que valor el suyo. Son el mismo rostro, pareciera que los hubieran hecho con el mismo molde y en todos veo el mismo sentir... Un pensamiento similar, era de suponerse después de todo el tiempo que vivieron juntos y los momentos que compartieron. Quisiera decir que él es mejor, pero tal vez sólo un poco diferente.

Ahora siguen buscando su felicidad, su razón de ser, dentro de su mente quieren ser distintos, pero sólo lo piensan, mientras lo hacen engendran a una nueva generación que sólo busca la satisfacción personal. ¿En qué benefició su charla sino dieron el ejemplo?

Intentaron hablar de lo mal que está el mundo y de cómo solucionarlo, movían la boca sin parar y proponían grandes sueños, por un momento sonreí creyendo sus mentiras pero a tiempo me di cuenta de lo que reflejaban sus ojos.

Cuando se pararon de la mesa sus rostros volvieron a ser los mismos de cuando llegaron y mi pensamiento hacia ellos se reafirmó. Se subieron a su gran vehículo y se fueron, en verdad deseé que no regresaran en un largo tiempo.

Marisela de Jesús Zárate Ramírez

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