El sábado 25 de mayo del año en curso, mis padres y yo
fuimos a Zaachila debido a que falleció la mamá de una amiga de mi papá.
Cuando salimos de la casa, como a eso de las 2:30 de la
tarde, rumbo al entierro, justo íbamos a la altura de la gasolinera, que se
ubica después de la rotonda de don Benito Juárez en Xoxocotlán; cuando de
repente que se nos atraviesa una camioneta de color negro, y por poco y nos
chocábamos, pero mi papá hizo una maniobra y nos libramos de aquel percance. Y
seguimos nuestro camino.
Llegando al centro de Zaachila, nos dimos cuenta que era
muy temprano todavía y decidimos ir a comer unas ricas nieves, aunque hacia
frio, pero eso no fue un impedimento.
Después nos acordamos que ya iba a empezar la misa y que
nos vamos corriendo a la Iglesia. Terminando este acto nos dijeron que las
mujeres teníamos que acomodarnos en dos filas, una del lado derecho y otra del
izquierdo. Aquello me pareció raro, pero mi mamá y yo nos formamos. Y los hombres se fueron hasta el
final, para ir cargando el ataúd de la viejita.
La cosa es que caminamos sólo una
cuadra grandísima y llegamos al panteón. Antes de entrar al cementerio el ataúd
fue cargado por señoras hasta el lugar en que fue depositado el cuerpo.
Algunos despistados nos queríamos ir
a oro difunto, porque no nos habíamos dado cuenta que había otro muerto. Vaya
que nos dimos cuenta de inmediato y seguimos el camino correcto.
El hijo mayor de la difunta, ya
estando el ataúd depositado en su espacio, dirigió algunas palabras para su
madre y para los asistentes. Después cantamos y cada quien lanzó un puño de
tierra hacia la caja. Hecho esto, las señoras que llevaron flores las colocaron
encima del ataúd, ya completamente cubierto de tierra; pero las velas, que
algunos cargaban, se pusieron en una carretilla, para llevarlas a la casa de la
difunta.
Monserrat Ballinas
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