Me gusta sembrar árboles y plantas en los caminos, pensar que por cada vegetal que siembro ayudo a mejorar un poquito mi espacio vital. Soñar que algún día mi casa se convertirá en una gran selva en la que pueda perderme durante siglos y en la que las plantas me contarán todos sus secretos con sus voces graves y agudas. Las plantas son mis compañeras de viaje, yo existo porque ellas existen. Yo siembro cientos de ellas porque alargan mi existencia.
Me gusta ir a las bibliotecas en busca de libros viejos. El olor que sale de entre sus páginas me alimenta el espíritu. Son como orgasmos literarios. Hay días en los que no hago otra cosa más que vagar de biblioteca en biblioteca y pasar horas buscando entre los estantes los olores más deliciosos que existen en el mundo. Cada vez que mi nariz siente el roce de las páginas y percibe los aromas que desprenden, siento que vivo, que el mundo se detiene solo para que yo disfrute de aquéllos libros viejos.
Disfruto de andar en bicicleta por los amplios campos. Vagar de forma solitaria entre las extensas paraderas y los terrenos de cultivo. Pasar por debajo de los rehiletes de agua y humedecer mi alma. Saludar a los campesinos que encuentro en mi camino y sentirme dichoso de estar aquí en este momento. Detenerme a descansar bajo la sombra de un fresno o un laurel y escuchar las charlas de los árboles.
Me agrada caminar por las calles del centro de la ciudad en busca de templos coloniales. Entrar en cada uno de los santuarios y persignarme ante el altar mayor; caminar con la mirada perdida entre las nervaduras de la nave, mirar santos antiguos y hallar en sus rostros compasión y tristeza. Inhalar el aroma de los recintos antiguos y levantar la mirada hacia los retablos y la bóveda. Indagar entre los muros y toparme con cámaras ocultas. Pegar mi oído derecho sobre el muro y escuchar cantos gregorianos.
Me gusta ir al camposanto y reflexionar sobre la muerte. Pensar que como en Pedro Páramo, los muertos platican debajo de la tierra. Escuchar que mi hermano allá enterrado siente que estoy en la superficie limpiando su sepulcro, sembrando plantas, oliendo libros, visitando templos. Imaginar que él está ahí debajo del mundo platicando con tía Ángela y tío Ismael. Pensar en que algún día moriré y platicaré con ellos y con muchos otros muertos acerca de lo que hacía aquí arriba, sobre la faz de la tierra. Daniel Osorio.
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