lunes, 10 de junio de 2013

Qué nombre (parte 1)

Con un cigarro en la mano y los ojos llenos de alegría Roman volteó hacia la puerta de la casa y alcanzó a ver que una hermosa sombra de mujer iba entrando. Era una chava de Venezuela que cuyo compañero había invitado a una fiesta de la universidad. Ella morena, de cabello negro, lacio y brilloso, de ojos café miel de esos que brillan hermosamente a la luz y pechos irresistiblemente tangibles, se adentraba con todo ese batallón al mar de ebriedad y tabaco que había en la habitación.
Roman quedó atónito ante ese perfil. Quería hablarle, bueno no sólo quería hablarle, pero quería empezar por eso, no encontraba una buena escusa para hacerlo. Era pésimo para empezar una plática con las chicas, pero agarraba confianza luego.

En fin, Marcos, el dueño de la casa, lo convenció de que se le acercara, bueno no lo convenció más bien lo empujó hasta ella. Al momento de hacerlo, la chava volteó y le sonrió a Roman y Marcos se fue para dejarlos solos. Le había apostado cien varos a que no le sacaba su número.

-¿Fumas?- dijo Roman extendiéndole el cigarro con la mano.
-Chévere, andaba buscando uno [lo tomó y lo llevó a su boca] y tú ¿Cómo te llamas?- continuó
-Ah, Roman, amigo de Marcos- y señaló al que se había ido
-Oh, no lo conozco mucho, me invitó una de sus compañeras-
-Ah [ríe] y ¿Qué haces por aquí? Hablas diferente, no me suenas mexicana-
-No sé, me trajeron aquí. Soy de Venezuela pero estoy de intercambio-
Alguien interrumpe la plática, la chava voltea, le habla su amiga del otro lado de la habitación, le dijo a Roman que le esperara un rato y se quedó solo otra vez.

La chava regresó rápido y le dijo –ya me voy, platicamos luego chaval- y le puso una servilleta a Roman en la mano, tenía su número de teléfono, pero él no se había percatado de ello, pensó que le había dejado su basura y la soltó, cayó en un charquito de cerveza que había en el suelo y los números se transparentaron en el papel. Por suerte lo escribió con pluma y no se borró. Levantó el papel y lo exprimió con mucho cuidado, lo llevó a la cocina para buscar cómo secarlo.
Mientras hacía esto, su amigo Marcos, lo veía con curiosidad desde el otro lado de la sala.
Metió el papel en el microondas y programó cuarenta segundos, se quedó viendo cómo daba vueltas el papel una y otra vez hasta que se percató de una mirada que lo asechaba, retiró la vista del microondas y vio que desde su reposo en un sillón, Marcos le preguntaba con una seña -¿Qué chingados haces?- Roman volteó hacia el microondas y regresando la mirada a Marcos dijo -Teléfono-
Sonó el timbrecillo del microondas, abrió la puertecilla y sacó el papelillo, tenía escrito un número de teléfono y una carita feliz, pero no había nombre. El nombre no le preocupó mientras ya tenía ganada una apuesta.

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