Antes de convertirse en el espacio cultural que es ahora y
cuando sólo era museo, yo solía ir a la estación de ferrocarril casi todos los
días, saliendo de la escuela primaria que se encuentra cerca de ahí. Recuerdo
que cursaba los últimos dos años cuando iba con un grupo de amigas a jugar a
ese lugar. Solíamos estar ahí mucho tiempo, había veces que ahí hacíamos la
tarea y después, nos subíamos a los vagones que no estaban acondicionados como
están hoy en día.
Jugábamos a que, la que permaneciera más tiempo en uno de
ellos “ganaba” ya que entre nosotras contábamos historias de terror que las
adecuábamos de acuerdo a las condiciones en que esos vagones estaban y es que,
ya casi al anochecer, se prestaban a ser lugares escalofriantes, casa de
fantasmas de personas, que según nosotras, habían muerto ahí durante la
revolución.
Llegamos a conocer bien esos vagones, cada rincón, e incluso
los asientos exactos en donde perecieron esas personas, parte de nuestra
imaginación.
La estación, se convirtió en mi lugar favorito de mi niñez y
me encantaba ir allá.
En el museo, había herramientas
exhibidas que forjaron las vías del tren y mi sorpresa fue ver que, en mi casa,
hay unas herramientas muy parecidas a las que se encontraban en la estación. Mi
mamá me contó que teníamos familiares que trabajaron en esa estación y que por
eso, en nuestra casa hay esas piezas históricas, que hoy se encuentran en el
olvido pero que, contienen historias de aquella época del auge del ferrocarril
en Oaxaca.
Tania
Díaz Ramírez.
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