II
Dos noches después hubo música viva en el café donde vivía Roman, sus amigos lo habían invitado para pagarle, pero no tenía con quién ir. Se le ocurrió llamar a la chava de la fiesta. La chava que da su número de teléfono pero no le pone nombre. Vaya problema para Roman.
Fue al teléfono público que estaba en la esquina de su calle para llamarle, en el camino trató de averiguar el nombre de aquella mujer, algún vago recuerdo de la fiesta le podía ayudar, había escuchado a su amiga decirle un nombre pero no recuerda cómo, iba caviloso por la calle, pero no obtuvo éxito alguno, y así, sin saber su nombre y con unas manos sudadas de nervios y un papel con una carita feliz oliendo a cerveza, echó tres monedas en el teléfono y marcó el número de la servilleta.
Una voz tenue y gentil se escuchó por la bocina del teléfono que contestó primero que Roman <<La llamada no puede ser completada como la ha marcado, por favor inténtelo de nuevo, gracias>>. Echó su cabeza hacia atrás, rió a sí mismo y dudó en volver a marcar. Miró a su alrededor, nadie por las calles para ver su ridiculez. Sacó sus monedas y las echó otra vez, marcó el número tan pausadamente, para no equivocarse, que tuvo que sacar sus monedas y echarlas nuevamente.
Marcó otra vez y ahora sí, sonó dos veces, contestó la chava con una voz muy sensual. Roman saludó nervioso, habló nervioso y le propuso la salida nervioso. – ¿Alo?- dijo ella
-Hola [intentó decir un nombre], soy Roman, el chavo de la fiesta-
-Ah sí, ¿qué pasó?-
-Oye, te propongo una salida, ¿Qué dices?
-Amm [tardó en recordar] si, ¿Cuándo?-
-Hoy-
-¿A qué hora, dónde?-
-¿Como a las siete está bien?-
-Chévere-
-Es aquí donde te dije que vivo-
-Vale, nos vemos ahí-
Roman sonrió como si estuviera platicando con ella de frente y luego se fue a su casa.
Ella, viviendo en casa de una de sus amigas, colgó el teléfono y empezó a buscar algo que ponerse para sorprender a Roman. Le había caído más que bien en la pequeña y torpe plática que tuvieron en la fiesta por alguna extraña razón que ella desconocía, imaginó que tenía esa chispa alegre de todos los mexicanos, eso le encantaba.
Tomó una blusa negra de escote y un short café muy pequeño.
El evento en el café no empezó tan tarde como pensaba Roman y su amiga fue bastante puntual.
Sigo diciendo “su amiga” porque a Roman no se le ocurrió preguntarle su nombre ni en la fiesta ni cuando le habló por teléfono.
Él la esperaba sentado en una banca bajo la sombra de unos árboles, meditaba sobre su encuentro, sobre su casa sola, sobre su nombre, sobre sus pechos, sobre su nombre. Vio que llegó y que bajó del taxi, no se levantó para ir a hablarle sólo la contempló ahí frente a él, luciendo su latinoamericano y hermoso cuerpo, tampoco quiso decir nada. Todos los taxistas la miraban con ganas de no sólo hablarle hasta que Roman se puso de pie y caminó hacia ella. La saludó con la mano sin decirle nada y ella contestó diciéndole –Hola Roman-
Él pensaba preguntarle su nombre cuando llegase, al ver que ella sí se acordaba del de él prefirió no hacerlo para no quedar como un tonto y continuó
-Qué puntual eres-
-Gracias- dijo ella
-Es por allá- dijo él y señaló una calle cualquiera.
Caminaron hacia el café. En el camino ella empezó a contarle sobre Venezuela, que tenía un perro en casa, que los atardeceres son más delicados, de unos cigarros que no vendían aquí y de un peluche que trajo a México porque no puede dormir sin él. Roman parecía muy interesado en la plática y pareció haberle causado gracia eso del peluche, pero en el fondo seguía preguntándose << ¿Cómo te llamas? Mujer ¿Cómo te llamas?>>
Llegaron al café y tomaron una mesa junto a un pilar. A ella le parecía una mesa bonita, era una mesa muy sencilla de madera con dos sillas, una servilleta de tortillas como mantel y sobre el mantel un cenicero limpio de vidrio. Pidieron unos cafés y los trajeron enseguida, a ella le gustaban bien cargados, algo amargos y fríos, a Roman sólo fríos.
Real de Catorce estaba en la tarima, era una tarima de madera muy pequeña, sólo como para diferenciar a la banda del público, pero al fin y al cabo era una tarima, qué decir de a música era Real de Catorce. Roman parecía estar más interesado en la música que en la chava, era una de sus bandas favoritas, pero la realidad era totalmente opuesta, en realidad se moría por hablarle, pero no lo hizo hasta que ella interrumpió el silencio. Ella jamás había escuchado blues y le agradó. Se sintió como en una película viejita de roquerones. Charlaron sobre algunas cosas personales, estudios, familia, parejas, sobre la música que estaban
escuchando y a Roman, entre toda esa platica, se le ocurrió preguntar cuál era su nombre completo. Qué estrategia tan buena para averiguar el nombre de alguien cuando no te acuerdas.
Su amiga se sacó de onda porque la pregunta no venia al caso, pero decidió contestarla al fin y al cabo.
Se acercó a él para que la escuchara bien y Roman trató de poner mucha atención a sus labios para no perder pista de ello. Su amiga respiró hondo para pronunciar su nombre, la observó. Con mucho deleite vio que sus pechos se abultaron un poco cuando jaló aire y eso le quitó la atención de la boca de la mujer. Aparte de distraerse con sus pechos, un estallido ensordecedor dentro del café hizo que no escuchara lo que dijo. Los dos dejaron la plática y voltearon la vista hacia donde escucharon la detonación pensando que alguien había disparado un arma o que había un terrorista. Ella asustada y Roman también buscaron lo que lo había provocado, todos estaban alarmados, la banda dejó de tocar, buscaban a alguien herido o sangre en el piso o en una pared o algo parecido, pero vieron que de una bocina salía humo y todo se tranquilizó y hubo risas en el ambiente. Había tronado una bocina del café, al mismo tiempo ella había hablado. Ella se carcajeaba y Roman se reía poquito, no sabía si del coraje o del susto, pero se reía.
-Espera voy al baño- dijo ella riéndose todavía.
-Si- le dijo Roman y vio como se alejaba de la mesa con su andar liviano, de mujer bella pero sencilla.
Llamó a su amigo Freddy, uno de los meseros, señaló hacia el baño, dijo que averiguara el nombre de aquella chava, Freddy se limitó a un sí y una risa en la cara. Fue muy listo Roman al llamar a Freddy, estaba medio feo y la chava no le iba a decir más que su nombre.
En lo que la chava se fue y Freddy la distraía, Roman pensaba buscar en su bolso algo que tuviera su nombre, una credencial, un lápiz, un lo que sea, pero le dio miedo que lo sorprendiera y mejor se puso a escuchar a la banda.
Regresó, el cenicero de la mesa tenía ya una colilla apagada y Roman fumaba otro cigarro.
-¿Fumando ya?- le dijo
-Ah, disculpa- contestó él –Es que esa canción-
-¿Cómo se llama?-
-Déjame tranquilo-
-Oh suena tristón, emm ¿traes más cigarros?-
-Sí-
Sacó de su chamarra una cajetilla amarilla y se la extendió. Ella tomó dos cigarros, uno lo puso junto al cenicero y el otro lo llevó a su boca y lo encendió.
Sus cafés estaban a medias, ambos se miraban con el humo en sus caras.
Sus cafés se acabaron, la música también y ya era hora de que ella regresara a casa. Tomó su bolso de la mesa y le dijo que la esperara afuera, que iba al baño y ya volvía. En cuanto la chava entró al baño, Roman corrió a ver a Freddy, le preguntó si había conseguido su nombre, le dijo:
-Ah sí, se llama Ortencia-
-¿Ortencia?- preguntó Roman
-Si, Ortencia, ella me lo dijo-
-¿Como la taquera de la esquina?
-No que no la conocías pues o ¿de quién me estás hablando?-
-De la chava que entró al baño cuando te dije, la de la blusa negra, la buenota, la...-
-¡No mames! [Interrumpió], pensé que señalaste a la otra que había entrado-
-¡No wey! La que estaba conmigo en la mesa-
-¡Ja! Rifado eh, te estás ligando a una morrísima y no sabes ni cómo se llama-
-¿No sabes cómo se llama quién Roman?- dijo la chava que ya había regresado del baño.
-Eh [dudó en contestar] la taquera- dijo Roman
-Ah, ¿nos vamos?- sugirió ella
-Si ya se está haciendo tarde [volteó el rostro], cámara Freddy nos vemos-
-Sale Roman, échale ganas con el nombre- dijo con una risita en la cara.
Salen, la chava camina adelante, Roman la sigue y en la puerta hace una pequeña parada y le mienta la madre Freddy.
Van caminando, ya es de noche pero la calle está bastante iluminada y no se pierde ningún detalle, las estrellas están donde siempre con su luz con su distancia, la luna sigue arriba con el conejo de siempre, las casas se toman una café para dormir.
Roman bajó la mirada a sus caderas para ver si su ropa interior tenía escrito su nombre en el encaje de atrás, pero lo que no vio es que ella se iba maquillando, sostenía un espejo en la mano derecha y alcanzó a ver la operación de Roman.
-¿Qué ves Roman?- preguntó jocosamente
Roman trató de imaginar algo coherente en menos de tres segundos para responder y lo único que le salió fue:
-Me dijeron que en tu país, las mujeres, le escriben su nombre a sus chones y quería comprobarlo-
Ella se volteó y con un giño en el ojo le dijo:
-Te engañaron querido, se lo escribimos en el bra-
No le cayó mal el comentario, se rió y siguió caminando, Roman se le emparejó, ella siguió pensando, le habían dicho que los mexicanos eran muy mañosos, lo acababa de comprobar, con mucho deleite. Su mente iba en su onda, Roman decidió echar un vistazo a su bra para ver si ahí tenía el nombre. Lo volteó a ver, sonrió y preguntó el por qué era tan gracioso.
-Así somos los mexicanos- dijo y siguieron caminando.
Caminaron al sitio de taxis. Llegaron <Ya no hay corridas chavos> dijo el encargado. Roman se rió y dijo de broma <No hay nadie en mi casa>, <Bueno, vamos antes de que anochezca más> le contestó ella. Una sonrisa de alegría y a la vez de tontada se asomó en la cara de Roman. No sabía si en verdad no había nadie en su casa, sus padres le comentaron que tal vez salían en la noche, pero su hermano iba a estar ahí.
Caminaron a casa, no quiso apresurarse Roman. La calle se miraba muy larga y derecha, casi interminable. La caminaron tranquilamente y pun, la puerta de su casa. La incertidumbre de encontrarse a su hermano o peor aún, a sus padres. Entraron, las luces estaban apagadas, había silencio, el titubeo flotaba en el aire, su hermano no salía, sus padres tampoco, tal vez ya estaban todos dormidos. Se fue a fijar en el cuarto de sus padres. Ya adentro no sabía qué hacer con ella.
La cama estaba bien tendida y bien vacía. Luego se dirigió a la cocina. Ella iba siguiéndolo, viendo qué hacía, viendo la casa. En la mesa de la cocina se encontró dos papelitos. Uno decía:
“Roman, fuimos a donde te dijimos, llegamos mañana, cuida a tu hermano, hay dinero en donde ya sabes, es para comida…”
El otro decía:
“Fui a casa de un amigo, ahí llego”
Qué alivio para él, sonrió.
Propuso que cenaran, pero ni ella no él tenían hambre ni ganas de estar cocinando a las once de la noche en una casa sola para dos.
Intentaron ver una película y cayeron a la misma pregunta: por qué ver una película a media noche en una casa sola para los dos.
-Ya me dio sueño- dijo ella con un bostezo enfatizando la sugerencia.
-Vamos, te enseño el cuarto- dijo el anfitrión sin ninguna indirecta.
Salieron de la sala, pensó que en verdad tenía sueño y quería descansar, no notó ninguna insinuación cuando le dijo que ya tenía sueño, caminaron por el pasillo sin verse, sin hablarse. Ella tarareaba una canción mientras caminaba tras de él, miraba las paredes.
Entraron al cuarto, en él hay dos camas, la de su hermano y la propia, también hay un ropero, una guitarra y varios libros. Las camas están separadas, una de cada lado, la Roman se ve desde la puerta.
-Ahí está mi cama, yo me quedo en el otro cuarto para que te sientas cómoda- dijo él sin haberlo deseado.
-No me gusta estar sola, mira, me pongo cómoda cuando apagues la luz y ya tú te duermes en la otra cama ¿Va?-
-¿Segura?- preguntó otra vez estúpidamente
-Ándale- dijo
-Bueno- accedió
De nuevo no vio ningún tipo de insinuación por parte de ella, se creyó todo lo que le dijo, pero afortunadamente para él no fue así.
Cerró la puerta y apagó la luz, en esa oscuridad se imaginaba su cuerpo desnudo y una mano extraña, tal vez la suya, recorriéndolo, ella no sé que se imaginaba tal vez nada.
Un poco de luz de luna entraba por la ventana que daba a la calle de atrás y el cuarto no era del todo oscuro, apenas y la podía ver, podía ver su perfil, se empezaba a quitar la ropa y lo llamaba a la cama, todo era como un sueño, él se le acercó y le tocó los cabellos, se derritieron en sus dedos, era un sueño, en realidad ella sólo jaló la cobija y se acostó, ni siquiera se quitó la agarradera del cabello, sólo los tenis.
Él se acostó en la cama de su hermano y caviló: “pinche vieja ¿cómo madres te llamas?” Ella interrumpió el silencio, que no se podía dormir, que quería su peluche. Caviló otra vez y se acordó del peluche del que le había contado en el café.
Con un poco de sarcasmo ofreció sustituir ese peluche, escuchó una carcajada que tapó con sus manos y pensó que había desechado su propuesta, que le iba a contestar con un “Sí ajá”, pero no, se rió de haber aceptado.
Se levantó de la cama de su hermano y caminó hacia la otra, ella se acomodó haciéndose un poco para la pared, él se sentó en la orilla y trató de acomodarse, pero lo único que acomodó fue un codazo en su costado tratando de jalar la sábana.
Pasaron unos minutos en silencio así con el aire eléctrico, con los perros de afuera inquietos, con las estrellas y su distancia inmóviles, con nuestras carnes en reposo.
Ella respiraba hondo y lento. Su respiración ambientaba la habitación con un decoro casi imperceptible. Sus cabellos jugaban con la cara de Roman cada que se acomodaba. En el aire seguía la duda << ¿cómo pinche madre te llamas? Al rato no te voy a poder decir – ¡Si Amanda!- o ¡Si Beatriz!- o ni modo que te diga -¡Sí perra!-, no es lo mío. >>
¿Cómo podía Roman pensar eso y besarla al mismo tiempo? ¿Cómo podía quitarle las ropas sin saber su nombre? El cuarto era oscuro, su respiración subía, la tensión del aire subía, su blusa subía. El viento que corría por la ventana de atrás se detenía para echar un vistazo, no había muerte que los preocupara ni estruendo que disipara su delicia.
De pronto algo suena en el apagador y la luz del cuarto se enciende, deja al descubierto sus pechos, sus pies desnudos y sus sueltos cabellos. Exhalan ambos y abren los ojos. Buscan qué había pasado, quién había prendió la luz ¿Su hermano se regresó? ¿Sus padres llegaron antes? ¿Un ladrón? Roman casi grita, pero se contuvo, ella no pudo y gritó.
-Ah, no es nadie- dijo y se acordó –el apagador tiene un corto y a veces hace eso-
Se levantó y apagó la luz.
A la mañana siguiente ella se fue. Quién sabe cómo se llamaba. Qué nombre habrá dejado en la casa de Roman. Tal vez la invite a salir otra vez, no lo sé.
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