domingo, 2 de junio de 2013

MÚSICA PARA MÍ.

Abordé el primer camión que se atravesó en mi camino porque tenía muchas ansias de llegar al lugar del evento para disfrutar de aquél gran musical. El camión avanzó solo unas cuadras y me dejó en frente del lugar de reunión. Una vez que el vehículo se detuvo, pegué un salto y atravesé apresurado la calle, esquivando con rapidez los vehículos mal estacionados.
Subí ágilmente la serie de escaleras mientras ignoraba a una persona que me invitaba a sentarme a tomar una nieve en su local. Caminé más aprisa y me metí al templo. Después de las reverencias correspondientes me deslicé hasta la parte interior y tomé asiento en una de las bancas. Minutos después el ansiado musical dió inicio.
Tras el primer sonido que emanó aquél histírico instrumento sentí un deseo inmenso de cerrar los ojos. Temí que las personas a mi alrededor pensaran que me estaba dando sueño así que evité seguir aquél instinto. Después de un rato no pude aguantar más y me dejé llevar por aquélla música. Cerré los ojos y comencé a hacerla parte de mí, a construir historias en mi cabeza e imaginar que las proyectaba frente a un enorme muro.
El primer tema hizo que sintiera muchas ganas de correr. En un instante me encontraba corriendo distancias infinitas sin más motivo que la música en mi cabeza. Tal vez alguien me venía persiguiendo, o quería alcanzar alguna cosa delante de mí. No lo sé. Sólo supe que debía correr.
Tras el cambio de sonidos la carrera terminó. Entonces me acosté en el suelo y comencé a dar vueltas desesperado. Un millón de revoluciones fue lo que alcancé a contar. Una vez que la música se detuvo las vueltas terminaron. Entonces me convertí en un rey. Mi puño lleno de poder destruía pedazos del mundo mientras miles de personas estaban a mi servicio. Una enorme ciudad se construyó ante mis ojos y la humanidad entera se doblegó ante mi arrogancia.
Construí un reino poderoso por medio de mi mente y todos mis enemigos murieron aplastados por mi fuerza. Te tomé del cuello y suplicaste piedad por tu alma. Estabas a punto de morir entre mis manos cuando las notas musicales cambiaron. Entonces fui yo quien murió. Los solados cargaban mi cadáver y me llevaban al lugar de descanso, mientras el mundo lloraba ante mi derrota y mi cuerpo era destruido por los gusanos. Un ambiente entristecido se apoderó el universo.
Cuando llegó el tiempo de una canción más, mi alma despertó exaltada y se dispuso a bajar escaleras. Fueron kilómetros y más kilómetros lo que recorrió en descenso en espiral interminable. En cada vuelta que daba podía sentir cómo parte de mi esencia era carcomida por el miedo. Una fuerte angustia hizo que deseara que el cambio musical se precipitara. Tras el cambio de notas mi alma se elevó y regresó a mi cuerpo podrido. Comencé a sentir un poco de tranquilidad.
Las otras cuatro transiciones musicales se encargaron de otorgarme la paz que necesitaba. Tras haber corrido, girado, gobernado, construido, muerto y bajado cientos de escaleras; había sido elevado, tranquilizado y puesto en paz. ¿Qué más podía pedir o hacer? Me bastó con abrir los ojos, aplaudir en silencio y salir del concierto con esta historia para escribir.
 Daniel Osorio.

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