Blog del grupo 201 para la materia de taller de lectura y redaccion II
sábado, 27 de abril de 2013
EL TRANSPORTADOR DE SUEÑOS
Nicolás es un hombre de 42 años, callado y reservado; pero siempre dispuesto a una conversación. A bordo de su vehículo se siente satisfecho, pues sabe que su trabajo contribuye a darle movilidad al mundo. Él es uno de los tantos taxistas que recorren a diario desde el valle de Etla hasta la ciudad capital una rutina que parece casi automática.
Despierta de madrugada para comenzar con su día laboral. Recoge la unidad 34 del sitio Etla A.C. en casa de su patrón e inmediatamente el reloj inicia la cuenta. Realiza 10 viajes en promedio (ida y vuelta) durante el transcurso del día, lo cual le deja una ganancia de 700 pesos que se convierten en 300 después de cubrir su cuota y pagar el combustible.
Sentado en el asiento del copiloto lanzo preguntas a Nicolás en busca de historias mientras que, un mambo pegajoso que sale del estéreo enmarca la inesperada conversación. Él, reservado, me mira de soslayo mientras yo indago en su vida. Le pregunto que es lo mejor de su oficio mientras él acelera para tratar de ganarle a una luz roja que ya lo ha vencido. Frena en seco, después responde.
“Me gusta ser el desconocido que lleva a todos a sus destinos. Algunos pasajeros van a encontrarse con seres queridos y a ser felices, otros a hacer males y causar rencor. Yo soy un mediador. Soy el que transporta a la gente y toda la historia que viene con ellas”. Luz verde, el vehículo avanza nuevamente.
Aguardo un momento para formular otra pregunta, mientras tanto él acelera nuevamente, rebaza otros autos y frena. Un claxonazo intolerante rompe el silencio. Un transeúnte descuidado se ha atravesado en su camino. La mujer que venía dormida en el asiento trasero despierta espantada. Pasado el susto la conversación continúa.
¿Cuál es la peor parte de ser taxista?
Bosteza y trata de hablar al mismo tiempo. No le entiendo. Le pido que vuelva a repetirlo, él asienta: “No me gusta que crean que somos unos mujeriegos, porque no todos somos así. Uno lleva a toda clase de gente y creen que por eso ya andamos de rabo verdes con cualquiera, pero es mentira. Tampoco disfruto trabajar para cubrir una cuota, me agradaría tener una unidad propia, trabajaría mejor si supiera que todo el dinero que obtenga es para mí”.
Una segunda luz roja lo ha vencido. Observo un niño que hace malabares, Nicolás fija su mirada en él. Bosteza otra vez. Los autos comienzan a avanzar, el niño recoge las monedas que le han dado por su espectáculo mientras Nicolás le obsequia un claxonazo malhumorado, el segundo de la tarde.
Pienso que estar tanto tiempo en un vehículo es frustrante, más aún cuando el calor se hace sofocante. Nicolás, al igual que muchos taxistas, se relaciona diariamente con decenas de personas, va y viene siempre con la mirada al frente. Pocas veces conversa con alguien, se refugia en la música que lleva, en las estaciones de radio, su vista se pierde en el retrovisor sin mirar nunca lo que en realidad viene detrás de él. Interminables filas de autos conforman su pan de cada día.
Trabajando para un patrón que lo explota y en un espacio reducido rodeado de un ambiente intolerante, la actitud de Nicolás es comprensible. Aun así él muestra cierta amabilidad, te da las buenas tardes y te desea un buen día. Es un trasportador de vidas.
El sonido retorna después de un largo silencio. Su intercomunicador produce un ruido casi indescifrable, la unidad 27 trata de comunicarse.
Aquí unidad 27 a 34. ¿Por dónde vienes?
Aquí unidad 34, estoy en El Zonal, ¿a qué altura estás tú?
En la Colonia del maestro.
En cinco minutos te doy alcance para conversar.
Correcto.
El taxi siguió su rumbo hasta el valle de Etla, agradecí por la conversación al chofer y le indiqué en dónde bajaba. Pagué los once pesos del pasaje y les deseé buena tarde a todos. Nunca lo alcanzó.
Daniel Osorio
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